Es un sinónimo de la danza folklórica en nuestro país; además, ocupa un lugar importante en la danza a nivel internacional, pues es un referente de las expresiones culturales mexicanas
Desde pequeña, Amalia Hernández aprendió a tocar piano y guitarra, además de aprender canto, pintura y, por supuesto, danza. Su gusto por la danza la convenció de renunciar a la Escuela Normal de Maestros para dedicarse a su verdadera pasión. Afortunadamente su familia la apoyó, y su padre mandó construir un estudio en casa para que Amalia recibiera clases de maestros como Luis Felipe Obregón, Amado López, Encarnación López, Nelsy Dambre e Hipólito Zybin.
En la década de 1930 ingresó a la Escuela Nacional de Danza, dirigida por Nellie Campobello. En esa etapa fue alumna de Ernesto Agüero, Dora Duby, Tessy Marcué y Xenia Zarina.
Tras abandonar la escuela y el Ballet de Bellas Artes, se alejó un tiempo de la danza, pero en 1948 se sumó a la Academia de la Danza Mexicana como maestra y coreógrafa y participó en la fundación del Ballet Nacional de México, ambos dirigidos por Guillermina Bravo.
En la década de 1950 se retiró de la Academia Mexicana de la Danza y se enfocó en la creación del Ballet Moderno de México, dirigido por Waldeen von Falkenstein. Con este ballet presentó en el Palacio de Bellas Artes la pieza Sones michoacanos, obra acompañada con música popular de Apatzingán y que se convirtió en la pieza inaugural de su obra creativa.
En 1952 creó el Ballet de México, que comenzó a funcionar con apenas 8 bailarinas, y para 1959, con el apoyo del coreógrafo Felipe Segura, se transformó en el Ballet Folklórico de México, manejando piezas basadas en la tradición y el folklor.
El reconocimiento llegó después de su participación en el Festival de las Américas en Chicago, donde recibió un reconocimiento del público. Fue así como el Ballet Folklórico de México fue invitado a presentarse en el Palacio de Bellas Artes cada domingo, una tradición que se conserva hasta el presente.
A principios de la década de 1960 el Ballet Folklórico de México participó en el Festival del Teatro de las Naciones de París y conquistó el primer lugar. El renombre alcanzado le permitió seguir creciendo hasta convertirse en un símbolo de lo mexicano.
Continuó trabajando con compañías que buscaban dar a conocer nuevas propuestas provenientes de México y otras partes del mundo. Bajo esta idea fueron creados el Ballet de los Cinco Continentes, con coreógrafos del mundo, y el Ballet de las Américas, que contaba obras creadas por bailarines con danzas recopiladas de la región.
En la década de los 70 creó un proyecto para apoyar a artistas de diversas disciplinas; y dio becas a bailarines y coreógrafos mexicanos para que estudiaran en Estados Unidos.
Entre su legado se hallan más de 70 coreografías que incluyen las que hizo para las óperas La traviata, para el National Arts Center de Ottawa; y Moctezuma, para la Compañía de Ópera de Boston, así como otras piezas que dejó inconclusas.
Amalia Hernández falleció el 4 de noviembre de 2000; es recordada como sinónimo de la danza folklórica en nuestro país; además, ocupa un lugar importante en la danza a nivel internacional, pues es un referente de las expresiones culturales que acontecen en México.
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