La habilidad y el conocimiento de las propias emociones y las de los demás marcan la diferencia en los resultados para el éxito.
La inteligencia emocional es una habilidad para percibir, asimilar, comprender y regular las propias emociones y las de los demás, promoviendo un crecimiento emocional e intelectual. Con estas habilidades se puede guiar nuestra forma de pensar y nuestro comportamiento.
Las definiciones de inteligencia hacen hincapié en aspectos cognitivos como memoria, la capacidad para resolver conflictos, comprender y motivar a otras personas, para lo que intervienen factores no intelectivos sobre el comportamiento inteligente.
Los indicadores de inteligencia, como el cociente intelectual, no explican la capacidad cognitiva, porque no tienen en cuenta ni la “inteligencia interpersonal” (capacidad para comprender las intenciones, motivaciones y deseos de otros) ni la “inteligencia intrapersonal” (capacidad para comprenderse uno mismo, apreciar los sentimientos, temores y motivaciones propios).
Para comprender el poder de las emociones sobre la mente pensante y la causa del conflicto entre sentimientos y razón, debemos considerar la forma en que ha evolucionado el cerebro.
La importancia de la infancia
En la primera etapa de vida del ser humano, el hipocampo (crucial para recuerdos) y el neocórtex (base del pensamiento racional) aún deben desarrollarse, pero la amígdala, que madura muy rápido cuando somos niños, es mucho más probable que esté formada al nacer, ésta concentra lo relacionado con las emociones, por ello, las interacciones del niño con los adultos y personas que lo rodean le proporcionan lecciones emocionales determinantes para toda su vida.
Un inconveniente del sistema de alarma neuronal es que, con frecuencia, el mensaje mandado por la amígdala suele ser obsoleto. La amígdala examina la experiencia presente y la compara con lo que sucedió en el pasado, equiparando situaciones por compartir rasgos característicos similares, haciendo reaccionar con respuestas grabadas mucho tiempo atrás, a veces obsoletas.
Los aprendizajes del niño durante los primeros años constituyen un aprendizaje emocional, poderoso y difícil de comprender para el adulto porque está grabado en la amígdala desde el primer contacto con dicha emoción en la primera infancia. Lo que explica el desconcierto ante nuestros propios estallidos emocionales es que suelen datar de un período tan temprano que las cosas nos desconcertaban y ni siquiera disponíamos de palabras para comprender lo que sucedía.
Las fuentes de los sentimientos
Las emociones son expresiones de los sentimientos acumulados. Por su parte, la vida emocional nos mueve a comportarnos, percibir y actuar de determinada manera. La Inteligencia emocional está basada en como cada ser humano vive sus emociones: hay cinco emociones básicas que destacan y que cubren objetivos de supervivencia:
• Miedo: el objetivo es la protección y el cuidado.
• Afecto: el objetivo es la vinculación.
• Tristeza: el objetivo es el retiro. Cuando sentimos tristeza nuestro organismo nos está diciendo “retírate de ahí y vuelve a estar contigo”.
• Enojo: el objetivo es la defensa.
• Alegría: su objetivo es la vivificación, la batería de nuestra existencia.
Las emociones pueden regularse
Regular las respuestas emocionales se puede aprender, en la primera infancia no regulamos nuestra respuesta emocional, simplemente la expresamos o explota. Socialmente se acepta y se perdona este tipo de “sinceridad” en las respuestas de los niños pequeños, y a medida que se van haciendo mayores, el índice de tolerancia ante esta inmediatez en las respuestas disminuye hasta llegar a la madurez, cuando socialmente se exige la regulación emocional.
La alternativa es considerar que no existen emociones positivas ni negativas, simplemente existen, algunas son útiles y traen un beneficio al individuo y otras no. A partir de este hecho podemos dividir las emociones en: respuestas emocionales efectivas, útiles y adaptativas; y respuestas emocionales no efectivas, poco útiles o poco adaptativas.
Una respuesta emocional (alegría, ira, vergüenza) será útil en función del contexto. Si la respuesta es adaptativa y nos ayuda a relacionarnos con el mundo que nos rodea, con los demás y con nosotros mismos, será una emoción efectiva. Así todas las respuestas emocionales son positivas siempre que se utilicen adecuadamente.
Aspectos generales de la inteligencia emocional
La capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar a pesar de frustraciones, de controlar impulsos, diferir las gratificaciones, regular nuestros estados de ánimo, evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y la capacidad de empatizar y confiar en los demás, son habilidades propias de la IE. El grado de dominio que alcance una persona sobre estas habilidades resulta decisivo para determinar por qué ciertos individuos prosperan en la vida mientras que otros, con un nivel intelectual similar, simplemente no.
La inteligencia emocional nos permite: tomar conciencia de nuestras emociones, comprender los sentimientos de los demás, tolerar las presiones y frustraciones que soportamos en el trabajo, acentuar nuestra capacidad de trabajar en equipo, adoptar una actitud empática y social que nos brindará mayores posibilidades de desarrollo personal; y participar, deliberar y convivir con todos desde un ambiente armónico y de paz.
Los hombres con una elevada inteligencia emocional suelen ser socialmente equilibrados, extrovertidos, alegres, poco predispuestos a la timidez y a rumiar sus preocupaciones. Están dotados de una notable capacidad para comprometerse con las causas y las personas, suelen adoptar responsabilidades, mantienen una visión ética de la vida y son afables y cariñosos en sus relaciones. Su vida emocional es rica y apropiada; se sienten a gusto consigo mismos, con sus semejantes y con el universo social en el que viven.
Las mujeres emocionalmente inteligentes tienden a ser enérgicas y expresar sus sentimientos sin ambages, tienen una visión positiva de sí mismas, para ellas la vida siempre tiene un sentido. Suelen ser abiertas y sociables, expresan sus sentimientos adecuadamente (en lugar de entregarse a arranques emocionales de los que posteriormente tengan que lamentarse) y soportan bien la tensión.
Su equilibrio social les permite hacer rápidamente nuevas amistades; se sienten lo bastante a gusto consigo mismas como para mostrarse alegres, espontáneas y abiertas a las experiencias sensuales. Y, a diferencia de lo que ocurre con el tipo puro de mujer con un elevado CI, raramente se sienten ansiosas, culpables o se ahogan en sus preocupaciones.
Relevancia de las emociones en el mundo laboral
Numerosos científicos del comportamiento cuestionan el valor de la inteligencia racional como predictor de éxito en tareas concretas de la vida, en los ámbitos de la familia, los negocios, la toma de decisiones o el desempeño profesional. El Coeficiente Intelectual no es un buen predictor del desempeño exitoso. La inteligencia pura no garantiza un buen manejo de las vicisitudes que se presentan y que es necesario enfrentar para tener éxito en la vida.
La inteligencia emocional puede dividirse en dos áreas:
• Inteligencia intrapersonal: Capacidad de formar un modelo realista y preciso de uno mismo, teniendo acceso a los propios sentimientos y a usarlos como guías en la conducta.
• Inteligencia interpersonal: Capacidad de comprender a los demás; qué los motiva, cómo operan, cómo relacionarse adecuadamente. Capacidad de reconocer y reaccionar ante el humor, el temperamento y las emociones de los otros.
En las empresas, al hablar de autocontrol emocional no estamos abogando por la negación o represión de nuestros sentimientos. El “mal” humor, por ejemplo, también tiene utilidad; el enojo, la melancolía y el miedo pueden llegar a ser fuentes de creatividad, energía y comunicación; el enfado puede constituir una fuente de motivación, especialmente cuando surge de la necesidad de reparar una injusticia o un abuso. El hecho de compartir la tristeza puede hacer que las personas se sientan más unidas y la urgencia nacida de la ansiedad puede alentar la creatividad.
El autocontrol emocional no es lo mismo que exceso de control, es decir, la extinción de todo sentimiento espontáneo tiene un costo físico y mental. La gente que sofoca sus sentimientos, especialmente los negativos, eleva su ritmo cardíaco, un síntoma de hipertensión. Y cuando esta represión emocional adquiere carácter crónico, puede llegar a bloquear el funcionamiento del pensamiento, alterar las funciones intelectuales y obstaculizar la interacción equilibrada con nuestros semejantes.
En el trabajo, se habla de competencias emocionales como la capacidad de movilizar una serie de recursos, a través de la identificación de emociones propias y de los otros, para resolver problemas en situaciones específicas.
Una persona con competencias emocionales es menos susceptible de caer en situaciones de riesgo social y de salud. Están preparadas para no caer en la drogadicción, alcoholismo, vandalismo, delincuencia, entre otras. Una persona con un control emocional adecuado es candidata a convertirse en un ciudadano sano, capaz de construir redes en beneficio de todos los integrantes del grupo social, con vida productiva y democrática activa.
Un líder necesita reconocer las emociones de los demás, ser capaz de regular las propias, ser tolerante a la frustración, identificar de manera anticipada efectos nocivos de las emociones negativas, ser capaz de construir emociones positivas, ser capaz de lograr la automotivación, tener una actitud positiva y desarrollar la capacidad de avanzar.
En conclusión, es crucial que aprendamos a reconocer los momentos en los que es necesario saber cómo intervenir para manejar la respuesta más adecuada ante nuestras emociones. Esto nos llevará a vivir una vida más favorable, e incluso, manejar equipos de trabajo que consigan elevados desempeños y en los que exista un ambiente de trabajo enriquecedor para todos y cada uno de los elementos.
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