Entre más tardemos en la reapertura, la catástrofe económica y la pobreza seguirán escalando.
La pandemia ha alcanzado casi a todas las personas, tarde o temprano nos iba a golpear. Pero a diferencia de la crisis sanitaria que vino del exterior, la económica fue provocada en el mismo país.
Se ha hablado de lo injusto e inconstitucional del encierro y cese de actividades arbitrariamente designadas como “no esenciales”. Para quien vive de su trabajo, su ingreso es siempre esencial, indispensable. Todas las industrias que existen tienen una razón de ser, y cerrarlas tiene efectos negativos imprevisibles.
Sin soluciones reales para salvar vidas, se ha hecho fácil ordenar un nuevo confinamiento argumentando que “la salud es primero”, pero las cifras de contagios y muertes evidencian que esa medida no ha servido para contener la pandemia, pero sí que ha destruido empresas y fuentes de empleo.
El crecimiento económico para este año solo será de 2.5 por ciento debido al cierre en la Ciudad de México y el Estado de México, y es probable que se extienda por más tiempo. El gobierno federal no contempló el cierre de negocios en las dos entidades que por sí solas aportan el 25 por ciento del producto interno bruto (PIB).
El impacto por el cierre de unidades económicas por 40 días en el último tramo de diciembre y todo enero se reflejará en las economías de ambas entidades y en el aumento de la riqueza nacional. Sin olvidar que en 2020 la economía nacional se contrajo 9.6 por ciento.
De prolongarse el cierre, el gobierno federal no tendrá ingresos tributarios como lo programó en el presupuesto, pues la afectación se verá en la recaudación de los tres grandes impuestos: el IEPS, ISR e IVA.
El ingreso de las familias que dependen de sectores como el restaurantero también se verá mermado, por cada persona que no use cubrebocas y no se cuida, esa persona puede provocar que tres personas más pierdan su empleo o bajen su ingreso.
Las expectativas se trasladarán al sector manufacturero, así como las perspectiva que puede dar el Tratado México, Estados Unidos y Canadá (TMEC). Sin embargo, si los planes de vacunación “no dan de sí” en la cobertura prevista para el primer semestre, para agosto o septiembre se anticipa una nueva caída de la economía.
Pese a ello, en los días del año se notó la ausencia del secretario de Hacienda, la titular de Trabajo y Previsión Social, entre otros que deberían haber mandando señales a inversionistas.
A diferencia de otros países, en México los apoyos del gobierno han sido casi nulos para la planta productiva nacional. Eso no es lo criticable, con un nivel de deuda que se disparó el sexenio pasado y el mal manejo de las finanzas públicas del gobierno actual (centrado en regalar dinero y en derrochar en proyectos inviables como Santa Lucía, Dos Bocas y el Tren Maya), nuestro permanente déficit fiscal no puede darse el lujo de dispararse.
Lo grave es que, a pesar de que no podría apoyarse con inyecciones de recursos en efectivo a las empresas e individuos, se les haya prohibido mantener sus actividades. Esto ha dejado indefensas a la mayoría de empresas en el país, y son los más pobres y los negocios más pequeños (los que más generan empleos en México) los que más han sufrido las consecuencias y cerrado sus puertas.
La devastación económica en 2020 fue la peor en 100 años, pero no podemos pasar por alto que fue de hecho el segundo año consecutivo en recesión. Se tiene que corregir el rumbo, los gobiernos de estados y municipios tienen que centrarse en vigilar que se cumplan las medidas de higiene, sana distancia y cubrebocas, pero deben evitar caer una vez en el encierro y la suspensión forzosa de actividades económicas.
La pandemia tardará quizá unos dos o tres años en superarse, pero los daños económicos se pagarán quizá en no menos de una década. Entre más tardemos en la reapertura, la catástrofe económica y la pobreza seguirán escalando, y eso no podemos permitirlo.
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